Crónica de Mongolia. Parte I
Las carreteras en Mongolia son "free style". Si no existen, te las inventas
Llegamos a la frontera entre Rusia y Mongolia el 25 de julio. El último pueblo de Rusia se llama Tashanta, una pequeña aldea que no tardamos en cruzar más de 2 minutos. Nos hacemos la foto de rigor frente al letrero de entrada al pueblo y seguimos hacia la frontera rusa.
Cuando llegamos al punto de control, nos encontramos en la cola a dos motoristas canadienses (un hombre y una mujer), equipados con dos BMW GS1200 y un equipaje bien estudiado. Se nota que tienen experiencia viajando en moto por el mundo. Hablamos un rato con ellos y nos dicen que tenemos que volver un poco más atrás para rellenar unos papeles antes de poder entrar en la aduana y en el control de pasaportes.
Al final conseguimos entrar en las oficinas y empezar los trámites para que nos dejen pasar a Mongolia. El asunto del visado y pasaporte lo solucionamos rápido, pero hay problemas con el cuaderno ATA. Al parecer en San Petersburgo no rellenaron bien el cuaderno y ahora al irnos de Rusia no quieren sellarnos el cuaderno porque dicen que ya está cerrada la importación.
Es la hora de comer, la frontera cierra durante una hora, así que nos quedamos deambulando por ahí, nos hacemos un pícnic en medio de la frontera y esperamos a que vuelvan los funcionarios para ver que solución le damos al tema del cuaderno ATA. Después de esperar unas horas y de emplear técnicas avanzadas en protesta silenciosa, nos dicen que no hay problema, que podemos pasar a Mongolia, pero que en el cuaderno ATA ha quedado registrado nuestro paso por Rusia de una forma un poco extraña, ya que nos dieron entrada y salida de la mercancía en San Petersburgo.
Tomamos la salida y nos dirigimos hacia el siguiente puesto fronterizo, no sin antes pasar por otros dos controles de pasaporte. Ya en la frontera de Mongolia, entramos en las oficinas para tramitar los papeles de la moto y los visados. Mientras yo me encargaba de los papeles, Vicente se queda vigilando las motos. Hay varios camioneros rusos dando por saco, toqueteando las motos, poniéndose el caso sin pedir permiso… Vicente casi les suelta una hostia.
Cuando conseguimos arreglar los papeles (unas dos horas) seguimos adelante, nos paran y nos obligan a comprar un seguro para la moto (500 rublos, unos 14 €). Los niños se acercan a nosotros para pedirnos alguna chuchería.
Por fin conseguimos entrar en Mongolia y se pone a diluviar, la carretera de tierra se convierte en barrizal con charcos que hacen muy difícil la conducción. Tenemos que llegar a un pueblo llamado Tsanangur y no podemos parar. Llegamos a un punto en el que la carretera está cortada por una verja. ¡Qué coño es esto! Nos quedamos desconcertados por un momento, no podemos creernos que nos obliguen a ir campo a través… pero al final es la única opción. Nos apretamos los machos y nos metemos por medio del monte durante varios kilómetros. Bordeamos la verja y llegamos al primer pueblo Mongol desde la frontera rusa. El camino ha sido complicado, hemos tenido que pasar por algunos charcos profundos, llovía a cántaros y las motos se han puesto muy sucias.
Cuando llegamos al pueblo, el aspecto es bastante peor que los pueblos rusos. Parece bastante devastado, sin embargo, el paisaje y las montañas son impresionantes. De pronto se acercan dos chavales en moto, tienen una sonrisa muy amplia y enseguida se ponen a chapurrear algo de inglés. Quieren llevarnos a su casa para tomar un chai (té) y también nos dicen que nos quedemos a dormir porque llueve mucho y el siguiente pueblo está lejos y la carretera es muy mala.
Nos decidimos a ir con ellos y llegamos a su humilde Ger, donde su familia nos espera con los brazos abiertos. Para variar, nada más llegar me caigo de la moto y la maleta lateral se llena de barro. Se está convirtiendo en un clásico lo de ver la moto en el suelo…
Entramos en el ger (yurta) y nos sentamos a tomar té y hablar un poco con los padres de los chicos que nos rescataron. Parecen contentos de tenernos como invitados y se quedan sorprendidos de todo lo que sabemos decir en Mongol. Enseguida lo arreglamos todo, concretamos la comida para la cena, metemos el equipaje y nos ponemos cómodos junto a la estufa.
Pronto anochece y ya me estaban dando ganas de darle algo a esta gente que tan bien se estaba portando con nosotros. Salimos afuera y empezamos a sacar cosas de las maletas, linternas, candado, radio, camisetas, medicinas, gafas de sol,... al final se quedaron supercontentos y nosotros más tranquilos de poder compensar la hospitalidad que nos ofrecían.
Más tarde empiezan a venir vecinos y familiares. Somos la atracción y no pueden dejar pasar la oportunidad de venir a saludarnos. Nos ponemos todos a cenar, hay varios niños y enseguida se interesan por las fotos que les enseñamos de la cámara, los videos hechos con el móvil y las historias que les contábamos sobre Rusia. Parece increíble, pero tienen en muy lugar al país vecino...
Empieza a anochecer, los invitados se van a su casa y nosotros nos caemos rendidos en la cama, no si antes pasar un poquitin de vergüenza por tener que cambiarnos de ropa delante de toda la familia que no paraba de mirarnos. La cama es un horror, pero la euforia que sentía por estar allí con ellos hace que ni siquiera se me pase por la cabeza lo incómoda que es la cama.
Continuará…